Rodeada de hermosas montañas, la antigua capital laosiana dormita entre templos cargados de historia y viejos edificios coloniales franceses. Se debe visitar el Museo del Palacio Real, donde, entre otras magníficas piezas, se conserva un espectacular Buda de mármol en posición de árbol Bodhi contemplativo.
También el wat Xieng Tong, el mejor de todos los que lucen en la ciudad, construido en 1560 por el rey Setthathirat siguiendo el estilo arquitectónico clásico de Luang Phabang; el wat Wisunalat, que custodia una espléndida colección de Budas llamando a la lluvia, tallados en madera, y también Simas, piedras de oración de los siglos XV y XVI; y los templos de Phu Si, desparramados por la ladera del monte desde el que se domina toda la ciudad.
Si Laos y su capital Vientiane son el paradigma de ciudad la indochina de los cincuenta –compartiendo con Saigón los aires coloniales afrancesados–, en el poblado norteño de Luang Prabang el tiempo parece haberse detenido mucho antes.
Luang Prabang es el pueblo antiguo mejor conservado del sudeste asiático, con una arquitectura budista que se remonta hasta los comienzos del siglo XVI, combinada con el estilo colonial francés de la década del cincuenta del siglo XX. Las razones por las cuales Luang Prabang se preservó son –como casi siempre– fortuitas, ya que todo se explica por el aislamiento geográfico y también político de un lugar al que hasta hace muy pocos años sólo se podía acceder por el río. En la actualidad los caminos no han mejorado mucho, pero se ha agregado la alternativa del avión. Como resultado, a diferencia de las ciudades asiáticas del siglo XX, aquí no hay multitudes, ni autos abarrotando las calles, ni polución. Es una típica aldea asiática congelada en el pasado.
Luang Prabang está en una península montañosa que ingresa en la confluencia de los ríos Mekong y Khan, donde los templos afloran semi escondidos entre una vegetación tropical con centenares de palmeras sobresaliendo por encima de las casas. Llegar por río a la ciudad sagrada de Luang Prabang, en la confluencia del Mekong y del Nam Khan, es un espectáculo verdaderamente grandioso. Más aún si la llegada es al atardecer. La frágil belleza de sus delicados edificios surge entre una exuberante vegetación, las espiras de las pagodas y las cúpulas de los templos emergen con destellos dorados, las poderosas aguas del Mekong se tornan color del ámbar y, una vez ascendidos los peldaños de la escalinata del muelle, a uno le envuelven aromas embriagadores de jazmín y de frangipani, que se mezclan con los del ajo, la soja y la lima de los platos que preparan las mujeres en hornillos a pie de calle mientras los niños juguetean y los monjes, vestidos de túnicas color azafrán, inician las plegarias nocturnas.
En 1950, el escritor inglés Norman Lewis la describió así: «Es como un pequeño Manhattan, pero un Manhattan con hombres santos vestidos de amarillo paseando por sus avenidas, con chuchos ladrando y ciclocarritos decorados con guirnaldas de flores que transportan somnolientos franceses de ninguna parte a ningún sitio, y palomas en el cielo. En la punta, donde debería de estar Wall Street, hay una gran concentración de monasterios».
Para conocer Luang Prabang, lo mejor es deambular sin rumbo por sus calles. Esta ciudad, sin ser agitada, es una ciudad viva. Hecha a escala humana, es el paraíso del paseante
Luang Prabang tiene todavía el encanto que tenía Asia hace medio siglo. Aquí hay indolencia, tranquilidad y refinamiento. De nada sirve ponerse nervioso, todo llega en su momento. Laos es tan tranquilo que dicen que en sus campos se oye crecer el arroz.
POR ESO, HAY QUE ARMARSE DE PACIENCIA TODOS AQUELLOS QUE VENIMOS DEL MUNDO DEL ESTRES...
Luang Prabang es ante todo una ciudad religiosa. La organización de su espacio es el reflejo de un mundo divino. El plano de la ciudad es un gran mandala ordenado alrededor de la colina de Phusi, metáfora de la montaña celeste. La cima de la colina es el mejor lugar para darse cuenta de que es una de las pocas capitales antiguas de Asia que ha mantenido intacto un conjunto urbano tradicional homogéneo.
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